Con la primavera ya posada en el valle, parten
con la brújula orientada al norte. Allí aún la primavera es reacia en llegar,
es mediado de abril y todavía las noches son frías, con heladas que dejan un
rastro fácil de seguir.
Ataviados con ropa de invierno y verano.
Aunque en la Campiña la temperatura hace
presagiar un día de calor, allí, a más
de mil metros, las sombras arañan y el sol quema. Es la Alcarria.
Un café en el camino, un desayuno frugal, una
visita al panadero.
Debido al invierno tan lluvioso padecido, la
montaña rezuma agua por doquier. Ya no puede tragar más cantidad, hay chorros
aquí y allá.
Los campos labrados y ya sembrados. Desde la
Torre del Castillo, inmejorables vistas.
El Arandilla baja furioso, entre piedras,
entre ramas y árboles caídos. Es mucho el caudal que este año lleva. Sin
compasión arrastra todo lo que a su paso encuentra.
Llegan a la Ermita, descanso ganado,
avituallamiento concedido.
Tras la placida parada, visitan el viejo
molino de harina, también fue central hidroeléctrica. Ecos del pasado van
surgiendo.
El tiempo transcurre lento, pausado. Solo el
trino de pájaros y el murmullo del agua
les acompañan.